Ya han sido varias las que esta temporada se me han ido con la mosca en la boca y precisamente no soy de usar hilos finos, claro que el grosor del hilo depende del pez que tengamos al extremo de la línea.
La cosa vino así como así, cargue el coche con los trastos de pescar, tienda de campaña, ordenador, y "to" lo necesario para pasar un fin de semana perdido por esos montes de díos. El objetivo estaba claro, sacarle al río una de sus hermosas truchas, esas que maltratan mi terminal hasta más allá del limite de la rotura.
Localizamos la primera trucha, debe de andar por unos 60 cm, y ya empiezan los problemas ¿por donde leches le tiro la mosca? Que sí, no había forma posible. Bueno, me quedaba la opción de vadear profundo y atacarla desde atrás, en caso de clavarla ya veré que leches hacer. ¡Al agua! y de repente ¡Mierda! no he subido la cremallera del vadeador. Bien empezamos, pienso. Me salgo a la orilla, me despeloto y vacío el vader de agua.
Seguimos pescando y el río nos va brindando alguna de sus características pintonas, lo cierto es que esta librea me tiene loco.
Al llegar a una tabla veo varias truchas emparejadas, la verdad es que estamos en otoño y ya se van poniendo de amoríos. Cambio la mosca, vuelvo a cambiar, sigo cambiando y nada, no hay forma. No ya de que muerdan mi mosca sino, al menos, que se dignen a mirarla.
No tengo prisa, voy a pasar aquí la noche y he venido por un pez grande. Me quedo inmóvil en la tabla durante media hora, los peces empiezan a volver a sus posturas e incluso algunos están a escasos metros de mí.
Al poco, incluso una anguila se atreve a salir de parranda para a los pocos minutos perderse entre las ocas. Yo sigo ahí, inmóvil y maravillado de la cantidad de peces que estoy viendo. De repente la veo a mi izquierda, cruza delante de mi y se coloca a mi derecha junto a una hembra, a escasos tres metros de distancia.
Eso que aparece en medio con aspecto serpentiforme es una pequeña anguila. |
¡Mierda, me va a ver! es lo que pienso pero sigue ahí. Empieza el desfile de todo tipo de moscas y lances pero no hay manera. Tras una hora y sin saber que ponerle miro la caja de ninfas y elijo la más psicodélica, una cosa con la cabeza verde y llena de mil y un brillo. Le tiro y ni se inmuta, repito, repito, repito y una linda pelea en la que acabamos liados con la linea.
Al final, con una sonrisa en la boca, subí al coche que me esperaba un km más arriba y decidí que no tenia sentido quedarme para pescar mañana, pues el río ya me había regalado uno de sus tesoros y debía descansar para una nueva temporada, al menos en lo que a mi me toca.
Hasta el año que viene majete.